La PSICOTERAPIA SISTÉMICA estudia al hombre en su contexto social. Su desarrollo se inicia en la segunda mitad del siglo veinte.
Surge como una forma de trabajo más allá del individuo, puesto que nosotros no somos seres aislado sino miembros activos y reactivos de grupos sociales (la pareja, la familia, equipos de trabajo…). Decir que somos influidos por el contexto social sobre el cual también influimos puede parecer obvio, pero el hecho de basar las técnicas de salud mental en este concepto supuso un nuevo enfoque.
Las técnicas tradicionales de salud mental pusieron la atención en la dinámica del individuo por lo que los terapeutas se concentraron en la exploración de la vida intrapsiquica. Como consecuencia se llegó a concebir al individuo como el asiento de la patología.
El terapeuta sistémico exploraría las interacciones del individuo en los contextos importantes de su vida (la pareja, la familia, los grupos sociales…). Un foco más amplio y una mayor flexibilidad hacen que la localización de la patología sea mucho más amplia y también lo son por tanto las posibilidades de intervención. El trabajo no se centraría en que paciente y terapeuta identifiquen conductas o síntomas para luego modificarlos sino en buscar juntos -incluyendo al resto de los miembros del sistema- estilos de relación que favorecen la persistencia de estos síntomas o conductas y permiten entender la resistencia al cambio.
De esta forma en TERAPIA SISTÉMICA se trabaja con grupos humanos desde varios planteamientos:
1. Entendiendo que la aparición de una enfermedad o cualquier malestar psíquico de uno de los miembros del sistema vendrá determinada no solo por el individuo que la padece sino por el contexto grupal en el que se desarrolla. Así trabajando con el conjunto de miembros que constituyen el sistema (ej.: la familia) podemos:
• Detectar los estilos comunicacionales, de relación, defensivos, de resolución de problemas… que prevalecen en el grupo.
• Lo que permite entender juntos que formas de comunicar, interrelacionarse o de resolver conflictos generan tensión y malestar en el sistema.
• Describir y experimentar en terapia estas secuencias permite tomar conciencia de como el malestar y la tensión afectan a cada uno de los individuos que constituyen el grupo humano, como cada uno tolera, maneja o disminuye la tensión; si las soluciones puestas en marcha son adaptativas o por el contrario agravan el problema…, si son soluciones encaminadas a que el grupo permanezca inalterable dificultando el cambio, o por el contrario favorecen el crecimiento e individuación de los miembros…
• El reconocimiento de los modos de comunicación y relación de los miembros de la familia y pareja así como las consecuencias implícitas que dichos estilos conllevan, permitirán adquirir y experimentar durante la terapia nuevos “lenguajes” para comunicarse y otras “posiciones” desde donde relacionarse o interaccionar, que disminuyan el malestar del grupo en general y el de cada individuo en particular.
• Así se promueve un contexto más favorable para la evolución y pronóstico del sistema en su conjunto (familia, pareja) tanto del miembro que presenta síntomas (paciente identificado) como de aquellos otros miembros de la familia que, si bien no presentan síntomas, sí manifiestan un nivel de sobrecarga y sufrimiento que les lleva a consultar.
El objetivo no es solo la resolución de la crisis sino también la prevención de síntomas psíquicos y la intervención precoz en caso de que surjan.
2. Entendiendo que las familias o parejas que pasan por momentos de tensión, de crisis sin que ninguno de sus miembros presente una enfermedad psíquica:
• Crisis originadas por cambios dentro de la familia o intrasistémicas: nacimiento de los hijos, su crecimiento, independización, enfermedad y muerte de sus miembros, divorcios, etc.
• Crisis propiciadas por cambios que provengan del exterior, cambios intersistémicos: mudanzas, modificaciones en el entorno o condiciones del trabajo, modificaciones en los sistemas de valores…
En esos momentos se requerirá un proceso de adaptación, es decir una transformación constante de las interacciones entre los miembros de la familia y de esta con su entorno, capaz de mantener por un lado la continuidad de la familia, por otro permitir el crecimiento de sus miembros y por último una adecuada relación de todos ellos con contextos sociales más amplios.
Son momentos de particular importancia ya que si la familia se siente desbordada y su capacidad para afrontar y resolver queda colapsada pueden surgir síntomas.
En las intervenciones en crisis el terapeuta acompaña a la familia para que abandonen una posición depresiva y angustiada favoreciendo una actitud proactiva que permita actuar juntos soluciones usadas en otros momentos de crisis por el sistema o ensayar en la terapia nuevos abordajes ante los cambios que se producen dentro y fuera del grupo.
El objetivo no es solo la resolución de la crisis sino también la prevención de síntomas psíquicos y la intervención precoz en caso de que surjan.